Hoy nos llega información sobre la adolescencia que tenemos: por un lado, la generación "nini" (ni estudia ni trabaja) y, por otro, adolescentes agresivos, tanto con sus progenitores como con la sociedad. Estos adolescentes viven en su mundo sin importarles nada más que ellos mismos. Son, a veces, adolescentes que viven en familias desestructuras, con padres separados, con algún familiar en el mundo de las drogas; aunque también se dan casos en familias pudientes.
Pero no todo está perdido, también existen los que aprovechan el potencial que tienen para obsequiar a la sociedad con pequeñas nuestras de su talento. Un ejemplo es este relato escrito por un estudiante de ESO de catorce años que ha sido galardonado por el mismo:
EL SECRETO DE LADY BATHORY
La dama observaba la luna a través de la gran cristalera de su cuarto. La luna estaba llena, y aquella noche era oscura y fría. Casi no había estrellas, y tampoco ninguna nube. A lo lejos se erguía una gran columna de humo, que tejía invisibles cuadros sin marco en el firmamento.
La mujer llevaba un largo vestido rojo muy elegante, aún siendo media noche. No, no tenía ninguna fiesta a aquellas altas horas, a pesar do su título. Era condesa. La condesa Elizabeth Bathory, aunque mucha gente discrepaba en esto. Lady Elizabeth se había casado con un acaudalado hombre mayor que ella, el conde Benjamín de Grisón. Se les veía muy contentos, si bien algunas doncellas de la Casa afirmaban que no se veían muy a menudo y que mantenían conversaciones breves y frías. Medio año después de la gran boda, donde se había derrochado una fortuna entre la ceremonia, el banquete y los invitados, en la mañana del quintagésimo cumpleaños del conde, cuando la doncella subía para llevarle el desayuno a su dormitorio, se encontró con una escena aterradora: la habitación estaba totalmente irreconocible. El dosel de la cama ondeaba rasgado en varios retales por causa del viento, que entraba en escena a través de los cristales rotos del gran ventanal. A su vez, las cortinas en el suelo conducían al centro del suceso: sobre la cama, y empapado en sangre, se encontraba el cuerpo ya sin vida del conde de Grisón.
Durante todo ese día investigadores privados recorrieron la gran mansión e interrogaron a todos los allí presentes, desde siervos hasta doncellas, incluida a viuda. No se encontró al culpable del homicidio, del cual ya hacía diez años, y Elizabeth era, desde entonces, la condesa de Grisón. Un dato curioso de ella, y que todos, entre los cuales la servidumbre dio fe, fue que la condesa sólo vistió de negro durante un corto periodo de tiempo y cambió su apellido de casada por el de soltera, Bathory. Además, se comentaba que mantenía un romance con un joven de su misma edad, pero nunca se pudo llegar a demostrar.
La condesa sonrió mientras recordaba la muerte de su esposo. Entró en la habitación, cogió un abrigo y lo echó sobre sus hombros. Bajó las escaleras con su típico porte majestuoso hasta el vestíbulo, y abrió la puerta que conducía al exterior.
—Voy a dar un paseo por los jardines —le dijo a su mayordomo.
Éste no se sorprendió, ni siquiera paró en su labor de limpiar los jarrones de porcelana china. Aquel hombre era extraordinario; no importaba la hora del día o de la noche, él siempre estaba despierto para lo que hiciera falta. Fue este dato el que sorprendió a los investigadores, puesto que el mayordomo dijo que no escuchara absolutamente ningún ruido la noche del homicidio, excepto un suave batir de alas, sobre la una de la madrugada.
Desde hacía unos años la condesa practicaba esos paseos nocturnos por sus fincas. La finalidad de éstos era mantenerse siempre joven y hermosa, y ya llevaba así 154 años. El ritual le pareciera asqueroso al principio, pero era su única solución para mantener alejado el paso del tiempo y sus consecuencias.
Caminó pausadamente por el pasillo de piedra entre los jardines iluminado por los faroles encendidos. Subió el cuello del abrigo; aquella noche era especialmente fría y húmeda. Rodeó la fuente y entró en el laberinto. Lo conocía de memoria, pues cada noche de paseo se iba adentrando poco a poco en él hasta que lo recorrió y lo aprendió entero. <<Dos a la derecha, uno a la izquierda, tres a la izquierda…>>, la condesa repetía el camino que la llevaría a un pasadizo secreto en el centro del laberinto. Lo descubrió cuando ya conocía el primero, y se propuso entrar en él cuando estuvo completamente segura.
Accionó la palanca que abría la puerta al pasadizo, el brazo de un antiguo ángel de piedra. El suelo tembló bajo sus pies y una trampilla detrás de la estatua se abrió, despidiendo su conocido y nauseabundo hedor a moho y podredumbre. Bajó unas deterioradas escaleras de piedra matizadas con pinceladas de musgo y tierra y se topó ante el oscuro corredor que viera la primera vez que había llegado allí. Cuál fue su sorpresa al descubrir que ese pasadizo era otro laberinto. Tardó bastantes noches en aprenderlo de memoria y, alguna vez que otra, confundía los caminos de uno con los del otro. Esos pasadizos recorrían la Casa por debajo, pero también había un pasillo que conducía al exterior de la mansión, y por el cual desaparecía para practicar sus salidas nocturnas de las que nadie sabía nada.
Esta noche no fue diferente. Lady Bathory cogió lánguidamente un candil que escondía junto a las escaleras, lo encendió y atravesó el laberinto subterráneo. Llegó a una subida donde había una puerta de hierro y, antes de abrirla, pensó una vez más que quizás no era necesario hacerlo, no por lo menos con aquella persona, pero no le quedaba otra opción. Agarró el oxidado picaporte y empujó. Los goznes chirriaron mientras el mecanismo resbalaba por el sucio suelo.
Se encontró en un callejón deshabitado. Una ráfaga de aire frío le golpeó en la cara. Salió sinuosamente del pasadizo y volvió a cerrar la puerta de hierro oxidada. Caminó sin rumbo fijo por las calles, como si buscara algo… o a alguien.
El chico caminaba hacia el lugar de encuentro. Sabía que llegaba tarde pero no había podido hacer nada para llegar antes. Tenía un mal presentimiento, aunque no sabía por qué. De repente le vino a la mente la última conversación que había tenido con la persona que iba a ver, su amante: <<Quizás deberíamos dejarlo… Si de verdad me quieres, ven a verme esta media noche al Cruce del Bufón>>. No sabía el porqué de que una persona tan rica como ella no le mandara ir a su mansión para hablar. Aún así allí estaba, pero en el cruce no había nadie. Repentinamente, una mano se le posó en el hombro. El joven, sobresaltado, se giró bruscamente. Su rostro se relajó al ver quién era el que lo había asustado de ese modo.
—Viniste. Eso quiere decir que… —pero nunca terminó la frase. La mujer le puso un dedo en los labios y lo hizo callar.
Sonrió y, al hacerlo, dejó ver unos blancos y mortales colmillos. El chico intentó huir al ver esa terrible imagen, pero ya era tarde. La mano de la mujer agarraba fuertemente su brazo. Si en aquel momento el hombre atendiera a la verdadera expresión de la muchacha, percibiría un toque de lástima y dolor en su intemporal rostro. La mujer se adelantó lentamente, buscando la garganta de su amante, y cuando la encontró, dejó en ella su regalo de despedida.
Después se separó de él, y lo abandonó todo ensangrentado al pie de la estatua que había en el cruce, mudo testimonio del suceso. Posó sus labios en la fría frente del muchacho, dejándole su último beso. Dio media vuelta y desapareció en la noche, fundiéndose con las tinieblas. Mientras caminaba, sintió un dolor punzante donde antes tenía el corazón y se preguntó por qué aquella vez no fuera coma las otras: cuando matando a toda aquella gente, incluido su difunto marido, no sintiera esos remordimientos, pero ahora… Tal vez ya era hora de envejecer. Ese pensamiento la hizo mostrar una pícara sonrisa. ¿Acaso se estaba volviendo sentimental? Desechó rápidamente ese pensamiento. <<El poder no es para los débiles>>. Y siguió caminando mientras pensaba en su próxima víctima.
Después se separó de él, y lo abandonó todo ensangrentado al pie de la estatua que había en el cruce, mudo testimonio del suceso. Posó sus labios en la fría frente del muchacho, dejándole su último beso. Dio media vuelta y desapareció en la noche, fundiéndose con las tinieblas. Mientras caminaba, sintió un dolor punzante donde antes tenía el corazón y se preguntó por qué aquella vez no fuera coma las otras: cuando matando a toda aquella gente, incluido su difunto marido, no sintiera esos remordimientos, pero ahora… Tal vez ya era hora de envejecer. Ese pensamiento la hizo mostrar una pícara sonrisa. ¿Acaso se estaba volviendo sentimental? Desechó rápidamente ese pensamiento. <<El poder no es para los débiles>>. Y siguió caminando mientras pensaba en su próxima víctima.
Cuando ya no se oían los pasos de la mujer, un hombre salió de su escondite detrás de un muro. Sus sospechas eran ciertas. Ahora tenía que regresar. Aún le quedaban por limpiar dos jarrones de cerámica china.
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¿Creéis que los adolescentes utilizan a los padres y a la sociedad como lo hace la "Condesa"? Esto es, ¿que los usan para sus intereses y se desentienden de ellos cuando no les sirven ya de nada?
Si no queremos que sea esto lo que ocurra, deberemos destacar los buenos hábitos y no los negativos. Los medios de comunicación nos bombardean con jóvenes que practican "botellón", se drogan y maltratan a padres y profesores. Sin embargo, ¿cuándo se habla de los buenos adolescentes? ¿De aquellos de los que queremos que tomen ejemplo nuestros hijos? Sólamente cuando obtienen las calificaciones más altas en las pruebas de Selectividad o cuando terminan su carrera con matrícula de honor. Metas, quizá, demasiado lejanas para la población adolescente media.
Parece ser que lo que se retrata en los medios son los extremos, sin pensar que la mayoría se encuentra en el medio de éstos.
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